martes, 17 de julio de 2007

Hoy respiro… a duras penas

Parece que la dosis extra de suerte que se cuela en mi maleta cuando emprendo los grandes viajes se está acabando… Las horas han transcurrido llenas hasta arriba de trabajo tan denso y obeso como el aire de esta isla, hasta esta noche de un martes en la semana más dura desde que llegué a Taiwán.

Pero como en todo guión mediocre que se tercie allá por las barras y estrellas, tengo una crónica buena y otra no tan buena (ahap, se exprimen bien los sesos buscando eufemismos… Supongo que basta con ponerlo en boca de una moza con esas-cosas-que-tiran-más-que-las-carretas). Lo positivo, el fin de semana. Y por él comienzo (sobra decir que estoy a la espera de limosnas fotográficas de Debbie para dar descanso a vuestros ojos)…

Os decía que el viernes fue interesante. Lo fue, algo. Pero (parkaidazu…) me da una pereza del quince contarlo… Tampoco os perdéis mucho: tan sólo al menda grabando una obra de teatro, haciendo de padre de una niña que cree que los conejos en la luna hacen dulces y no medicinas, en compañía de diablillos que dicen no parecerse a las arañas. Oh, ya sabéis. Lo típico.

Por la noche vendrían Joe, Lin-lin y Susan desde Tainan (el uno) y Pintung (las otras), a hacerme compañía y a aportar un poco de calor (humano y figurado, que del real ando desquiciado). Primero llegaría el australiano; menuda odisea… Las señas que indiqué al taxista de Joe por teléfono eran poco concretas, por lo que le dejó a un cuarto de hora de casa…Salí a buscarle, además, sin teléfono. Creo que en esos momentos tiraba por la ventana, junto con la casa, esas dosis de suerte que os comentaba en las primeras líneas, pues no sé cómo chingones (me permito la arrogancia de inventarme esta palabra, que además de sonar a jerga latinoamericana suena infinitamente mejor que nuestro castizo sustituto de “testículos”) conseguí encontrarle en medio de la noche taiwanesa.

Una hora después de su llegada recibía una llamada de Lin-lin, en la que me metía prisa para que me vistiese de gala. Y es que, sin yo saberlo, me había comprometido a salir…Así que tras algunos arreglos de fachada arrancamos en taxi hacia un oscuro tugurio que vimos en Internet (Taipei, en contra de lo que parece, tiene una vida nocturna propia de aires más hispanos, y las opciones son tan variadas que requieren un trabajo previo de documentación). Ellas llegaron chuleando en sus tacones, trayendo consigo a Tracy, una amiga suya allá en las granjas de Pintung. Sin embargo, el sitio no nos convenció (los bares y clubes, al igual que la comida, entra primero por los ojos), así que no estando dispuestos a soltar guita para la entrada decidimos un chill out en casa. Además, a Joe no le convence eso de echar bailables por las noches.

Susan y Joe decidieron coger sobre, pues a la mañana siguiente habíamos quedado a las once con el resto del grupo. Lin-lin y yo, en cambio, no quisimos resignarnos a interrumpir la noche. Cargados con el portátil, un DVD, un duro licor de piña taiwanés y dos vasos de plástico nos apoltronamos, ya duchados, en los sofás de mi salón. Esa noche me regaló uno de esos pedazos de magia que tanto echaba de menos: conversaciones nocturnas, más sinceras que durante el día, tan encorsetado y diplomático, como si en el inconsciente intercambio de pareceres pudiera llegar el fin del mundo, y pillarnos con las botas puestas y el vaso en la mano… Llegaron las seis; los créditos habían terminado hacía rato, sin conseguir que supiéramos de que iba la película, ahogada por las palabras. No podré, secreto de confesión, contar lo que contamos; pero fueron grandes horas, conversando de todo, de nada, porque todo y porque nada.

La mañana del sábado aprendí una nueva palabra en inglés: hangover, que del mismo modo en que mi “chingones” tintineaba su sinónimo, hace que su homólogo castellano, “resaca”, entre mejor (siempre ayudado con grandes dosis de agua). Resaca satisfecha, sin embargo, soldado cansado y victorioso tras uno de esos “pedos sanos”. Comimos con el resto del grupo, y a la tarde los chicos (Joe, William y vuestro querido chino) cedimos a las ansias consumistas de las féminas, yendo a Ufengpu, una de esas zonas de compras taiwanesas donde los puestos parecen interminables y los precios de risa. Me fui a casita hacia las siete, necesitado de unas horas de sueño. Caí rendido en una de las páginas de esos Cuentos Filosóficos que me cedió Vicky allá en Iruña, esperando a la llamada de las chicas. Esa noche, esa sí, habría parranda.

Daré otro de esas volteretas por encima de la noche en Luxy (again…aunque esta vez nos agenciamos una mesa VIP que alguien había abandonado para descansar las piernas. Y esta vez no hubo pilotos borrachos). Estábamos bastante cansados, así que arrancamos hacia las cinco a mi piso. Una vez más, Debbie (que esa noche también era mi huésped) y Susan cogieron piltra. Lin-lin y yo decidimos probar suerte y repetir plan: no falló…Más créditos y más conversación hasta que Joe, que se había quedado en casa, nos dio los buenos días a eso de las ocho. Acabamos dormidos en los sofás sin enterarnos, aunque despertamos pronto: a las once cantó el gallo de mi móvil, pues mis amigos marchaban a las dos y queríamos comer por ahí. Cargados de maletas, partimos hacia la estación de autobuses. Rápida comida, últimas charlas, despedidas…Dios, cómo odio estas cosas. Allá se alejaba el autobús, mientras Debbie y yo agitábamos las manos. Acompañé a esta última buena parte de la tarde, pues no quería volver todavía al piso. Me esperaba en él lo que me temía: los rincones se volvían más acusadores que nunca, reprochando, una vez más, su soledad… Qué vacío parecía aquello. Esto es lo malo de la alegría, esta quietud gris cuando desaparece, que asalta la mente desprevenida y descuidada. Me sentí tentado de escribir en el blog, acercarme un poco a los míos, pero estaba demasiado cansado y desanimado. Limpié pues los vendavales de las dos noches anteriores y me perdí en las dos películas que había visto —sin ver— con Lin-lin. Allí murió la suerte. Al día siguiente comenzaba una semana de clases matutinas y trabajo por la tarde, cansado camino de brasas que me han traído hasta estas líneas.

La cama, por otra parte, vuelve a llamarme, así que dejo la descripción de este nuevo plan de trabajo para mañana. No penséis, sin embargo, que ya me rindo. En los últimos vientos me he vuelto un poco más optimista, gracias a algunos grandes artistas, e intento aprender a tomarme las cosas con un poco más de calma. A relajar un poco las exigencias de perfección (sólo un mínimo atisbo de inclinación a lo artístico separan al perfeccionista del maníaco) y a verlas venir. Con todas las de la ley. No descanso, por tanto, en esta carrera que me llevará triunfante de regreso al Aire que me vio nacer.

¡Qué ilusión recibir noticias de algunos de vosotros! Las líneas electrónicas también llenan un poco los rincones de esta casa. A todos aquellos que disfrutáis de la playa, que trabajáis, que visitáis mundo o que regresáis a casa después de visitarlo, un gran beso,

1 comentario:

nekane dijo...

Hola!! ya estoy por casa, ahogada de calorrrr... sigue pasándolo tan bien! cómo va el tema de los concursos? jeje.
un beso y cuídate!